Vecinos de colonias colindantes a Met-Mex Peñoles en Torreón, Coahuila, contaron las afectaciones a la salud que les acarrea vivir pegados a la planta fundidora de metales.
Por Kathia Torres, Fernanda Palacios y Valeria Nuñez.
Martha vive desde hace 24 años en la colonia Primero de Mayo, aledaña a la planta fundidora Met-Mex Peñoles.
Ella es originaria de Xalapa, Veracruz, pero allí nacieron sus dos hijas y sus tres nietos. En algún momento toda la familia ha pasado por las pruebas de plomo en la sangre realizadas por la Unidad de Salud Ambiental (USA), perteneciente a la fundidora ubicada dentro de la ciudad de Torreón, Coahuila. Su nieto de un año y ocho meses está en observación médica.
“El que salió alto fue el bebecito, creo que sacó 24-25 (microgramos de plomo por decilitro de sangre)”.
comenta ataviada con pantalón de mezclilla, blusa negra de manga corta y una “cangurera” que utiliza como bolsa.
Lo normal es que los menores no tengan ningún microgramo de plomo en sus venas.
Parte de los estragos que la señora detecta en el bebé son las manchas blancas en su rostro, pero afirma que el doctor de la USA le ha dicho que son normales.
Hasta el momento ninguna de sus hijas ha presentado problemas de salud que pudieran asociarse a la contaminación del lugar, pero ella sufre artritis, y según le ha dicho su médico fue provocada por el plomo al que se expone por vivir cerca de las chimeneas de la fundidora.
“El especialista me preguntó si yo vivía cerca de alguna planta contaminante… Yo le respondí: Peñoles”.
relata.
Otras tres vecinas consultadas en una visita casa por casa confirmaron sufrir artritis.
“El plomo nos está matando pero ¿a dónde me voy?.”.
añade Martha.
El hombre sano
Ramiro trabajó para la empresa Met Mex Peñoles por más de 10 años. Explica que durante ese tiempo se le “taparon los bronquios” a pesar de que durante su labor utilizaba el equipo de protección correspondiente. Como afectación aún mantiene una voz nasal.
Dejó de trabajar en Peñoles en 1993, y afirma que en aquel entonces los empleados contaban con un doctor particular que les realizaba chequeos semestrales, pero nunca les mostraban los resultados.
“Aunque un trabajador esté enfermo no se lo van a decir. Y el doctor, apellidado De la Rosa, me decía: tú estás bien sano, mejor que cuando entraste”.
Ramiro, hombre de cabello cano y piel morena, cuenta que laboró varios años como ayudante dentro de la planta.
“Gracias a Dios que no duré más años”.
festeja.
A decir de Ramiro muchas personas con las que trabajó en esa época murieron después de salir de la compañía.
“Sus organismos ya estaban muy maltratados por los mismos polvos y vapores”.
Salida rápida
Blasa Rodríguez y su familia vivieron veinte años en la colonia Luis Echeverría sector Sur. Su casa fue construida por ella y su esposo.
El barrio no existe en la actualidad porque la empresa fundidora les compró las casas a todas las familias de la colonia con el objetivo de reubicarlas y construir ahí un área verde. Su anterior vivienda es ahora parte del Bosque Centenario Laguna, construido por Peñoles.
“Nos dijeron se salen o se salen”.
recuerda.
Por lo acelerado del proceso se reubicaron en la colonia Luis Echeverría Norte, a pocos metros de su antiguo hogar, donde ha vivido con su familia.
La historia de Blasa es compleja, como buena parte de la de los habitantes del lugar. Carmen, su segunda hija, fue diagnosticada con insuficiencia renal a la edad de 20 años, en el 2001. Blasa fue la donadora, y logró salvar la vida de su hija.
“De un día para otro me dijo la doctora: ¿Sabe qué? su hija tiene insuficiencia renal crónica y necesita un trasplante”.
evoca.
“¿Qué hago? ¿Quién lo va a donar? ¿Cómo lo podré comprar? Miles de preguntas que uno no sabe cómo contestar”.
Recuerda que su hija Carmen salía a trabajar todos los días al mostrador de una joyería que se ubicaba sobre la avenida Hidalgo, en el centro de Torreón. Laboró ahí cinco años. Durante su enfermedad acudía descalcificada y sintiéndose mal con tal de no perder el seguro que le cubría el trasplante.
Ahora la hija de Blasa se encuentra fuera de riesgo y trabaja en la Ciudad de México. Desafortunadamente Manuel, su marido, no tuvo la misma suerte.
“Yo le decía a mi esposo…si yo pudiera vivir sin riñón yo te daba el mío”.
lamenta.
“Sufren mucho con esa enfermedad y piensa uno: ¿por qué a mí? o ¿para qué?, pero no hay respuesta”.
En la zona hay muchos más afectados y la empresa nunca hizo nada para cambiar la situación, asegura.
“No solo fue mi hija, fueron muchísimos de los que nacieron ahí, fueron muchísimos los que se enfermaron de insuficiencia renal y desgraciadamente muchos han fallecido”.
Sin escape a la vista
A 20 metros de distancia del complejo Met-Mex Peñoles, justo al terminar los límites de la compañía vive Ángela Grijalva, una mujer de 59 años vecina de la colonia Primero de Mayo. Habita a escasos metros de la enorme montaña negra de residuos que caracteriza a la compañía. Desde el patio de su casa puede verse el humo que expide la fundidora de metales.
Ángela se quedó ahí para criar a Ariel, su único hijo, quien ahora cuenta con más de 30 años de edad. Al recordar los primeros años de vida de Ariel, relata que siempre fue hiperactivo y no se concentraba, lo que en la actualidad sigue ocurriendo.
“De niño no le gustaba estar sentado oyendo clases, y hasta la fecha”.
dice mientras frota sus rodillas por el dolor que le genera la artritis reumatoide que le diagnosticaron hace 9 años.
En un principio Ariel fue atendido por las autoridades de la Secretaría de Salud en Coahuila, pero en 2004 su cuidado pasó a manos de la compañía, cuando Peñoles asumió el fideicomiso.
El niño había llegado en la categoría 3 de la norma, de 15 a 24 microgramos de plomo en la sangre. El máximo es la categoría 6.
En un inicio se le tenía que repetir el examen de sangre cada 3 meses después del primer resultado, hasta lograr bajarlo a 10 microgramos y así pasarlo a una segunda fase.
Se le elaboró un historial clínico con énfasis en los antecedentes ambientales y se le realizó una evaluación médica integral para determinar el tipo de atención que requería. Como resultado le prescribieron suplementos alimenticios como hierro y calcio.
La última medición que le hicieron a Ariel fue en 2005, y allí se le ubicó en una fase de menor riesgo. Después de ese año ya no continuó en el programa.
Pero aun con la aparente mejora, Ariel seguía sin concentrarse, con hiperactividad y fuerte dolor en las rodillas. Al ver que el niño no mejoraba lo llevó con un médico homeópata y fue él el que logró desintoxicar del plomo a su hijo. Después de eso Ángela no volvió a la clínica de Peñoles. De eso han pasado más de 15 años.
“Hasta que no me compre Peñoles no me voy a ir de aquí. ¿A dónde me voy?”.
La vida en un ambiente contaminado
Para Gonzalo García Vargas, director del Centro de Atención a Metales Pesados (CAMP), que depende del gobierno, es imposible que los niveles de plomo en la sangre de una persona sean de cero microgramos, como lo recomienda la Academia Americana de Pediatría, ya que se vive en una zona urbana y junto a la fundidora.
“Es más complicado porque tenemos una fuente de emisión y ahí va a estar presente hasta que las autoridades decidan”.
afirma el especialista.
Reconoce que se siguen presentando casos a pesar de los esfuerzos de la fundidora por tratar de disminuir los niveles de plomo en los menores.
“Ha disminuido la escala de exposición, pero sigue habiendo exposición”.
Explica que aún hay un 30% de niños que en su mayoría viven cerca de la planta y que están por arriba de los 5 microgramos que dicta la norma de 2017.
Y advierte que incluso si Peñoles se marchara de Torreón en un lapso de 10 años, como lo dijo la compañía en entrevista para este reportaje, la medida debería ser acompañada con otras acciones porque “quedaría un ambiente muy contaminado”.
*La propuesta de este reportaje fue seleccionada en la Convocatoria 2021 del Programa de Apoyo al Periodismo en México de la UNESCO. Su contenido es responsabilidad de las autoras.